
Tardamos siete minutos en vislumbrar aquel que sería nuestro fin.
En esos siete infinitos rápidos minutos tuvimos tiempo para decir absolutamente todo.
Algunos salieron a la calle creyendo que allí encontrarían la respuesta a su desconcierto o, al menos, un abrazo pseudoconsolador.
Otros se atrincheraron en sus hogares, encendieron la televisión y buscaron entre los dinstintos canales alguno que diese la noticia más alentadora.
Yo decidí aprender a conducir.