domingo, 12 de enero de 2014

Reflexiones Tenebrosas y Flotantes (22) Encordando

Paseaba, rodeado por la soledad característica de aquellos que se inundan de pensamientos.

Las palabras que, coordinada aun desordenadamente circulaban en su mente y, por ende, a lo largo de sus terminaciones nerviosas, tenían en contadas ocasiones el atrevimiento de fugarse por entre sus labios. Gritonas, malhumoradas, calmadas y/o rebosantes de belleza sonora o semántica.

-¡Locas! -Les decía.
-¡Loco! - Le comentaban los externos.

Y una vez más la diatriba de la locura llenaba su cerebro y acallaba el des-concierto de palabras aleatorias para gritarle que su cordura era léxicamente incorrecta.

Todos clamaban su nombre y el de la descordura al tiempo, fusionándolos, dando nuevo significado a uno y otro, de modo que él ya no se llamaba.

Poseían prejuicios que él desprejuiciaba con tan sólo mirarles a los ojos. Los seres ajenos no gustaban de la obtención de nuevas impresiones sobre el Descordado.

Irónicamente este nuestro objeto de comentario practicaba la música con un objeto de cuerda al que
unos llaman violoncello. Unos, puesto que no todos y no él. No, no él. No las palabras abigarradas en sus sentidos. No apreciaban algo tan directo, sencillo y técnico para denominar a aquello que con tanta complejidad y, en numerosas ocasiones, poca dirección, creaba amor, locura, tensión, destrucción y desazón en tan sólo cuatro cuerdas, cuatro maderos y un arco.

Irónico que el Descordado jugase con cuerdas. Pendiente en la cuerda floja de la opinión pública que así, con afán, desdeñaba.

Así, más en sus cabales de lo que todos aquellos chillaban en estridentes susurros, ganó la partida.

Partida, porque todos marchaban.
Sin él. De su mano.
Con sus cuerdas mentales enroscadas en sus cabellos.
Con la boca seca.
Las manos húmedas.

La locura loca.